Desde un punto de vista clásico de la sociología, se tiende a ver al trabajo como un hecho social central, hasta el punto de llegar a denominar a la sociedad humana como la “sociedad del trabajo”. Desde los albores de los tiempos ya en el Neolítico se encuentran manifestaciones pictóricas de los primeros grupos humanos. Las escenas reflejadas, atendiendo a las inquietudes de los artistas que dejaron su impronta en los paramentos de las cuevas, tenían a los animales como centro de su inspiración, ya que como cazadores, estos constituían su fuente de alimento y supervivencia; pero si observamos bien, en algunas de las obras se plasman escenas de la propia cacería, diríamos que estamos ante las primeras escenas laborales, siempre reflejando tareas en grupo, algo necesario para la consecución del éxito. El trabajo humano se caracteriza por su tecnificación y su organización y el desarrollo de estos dos conceptos son el mejor exponente para clasificar la propia evolución de las distintas sociedades.
Es curioso descubrir cómo era la organización laboral que construyó las grandes obras faraónicas en el antiguo Egipto. Lo primero que llama la atención es saber que al contrario de las creencias populares, los trabajadores, no eran esclavos. Estaban organizados por grupos de unos 40 a 60 que podían aumentar en momentos puntuales, dirigidos cada uno por un capataz y supervisando la obra un escriba. Éste, además de la supervisión, tenía también labores de administrador pues debía llevar “los papiros de la contabilidad”. Algunos han llegado hasta nuestros días, en ellos se anotaba la marcha de los trabajos, el material que se necesitaba y el que se iba utilizando y algo que nos llama poderosamente la atención: las ausencias de los trabajadores a su puesto de trabajo con sus correspondientes motivos.
Con la llegada de la revolución industrial a finales del siglo XVIII, y tras la aparición de la máquina de hilar de usos múltiples y la máquina de vapor, se produjo un desarrollo vertiginoso de la tecnología, que trajo a su vez el mayor cambio en los modelos organizativos y de producción conocido hasta la fecha. Las nuevas máquinas y herramientas de trabajo especializadas permitieron que los trabajadores produjeran más bienes que antes, y que la experiencia adquirida utilizando una máquina o herramienta aumentara la productividad y la tendencia hacia una mayor especialización. Surge la llamada división del trabajo en la que cada tarea se planifica y desarrolla para cada trabajador concreto según su especialización. Por lo tanto, la no asistencia al trabajo por parte de un trabajador, supondría una pérdida de valor mucho más específica y más difícilmente reemplazable que en las fechas precedentes, donde esta especialización era menor.
Como se desprende de lo anterior, el concepto de equipo y de organización, constituiría una de las bases del éxito en la consecución de los objetivos conjuntamente con el desarrollo tecnológico, por lo tanto, se podría pensar que la dirección inversa, es decir, la ruptura de la colectividad laboral completa, tácitamente implicaría la disminución de los logros y tendría connotaciones a menudo contrarias. Algo que nos hace reflexionar sobre el concepto del absentismo. La OMS define el absentismo laboral como la no asistencia al trabajo por parte de un empleado que se pensaba iba a asistir. La repercusión que tiene a lo largo de la historia y su valoración subjetiva cambia en la secuencia del tiempo, aunque es en la sociedad moderna industrial donde su impacto es mayor.
A mediados del siglo pasado empiezan a aparecer los estudios y publicaciones en torno al absentismo, definiendo el problema desde muchos aspectos, pero es realmente en el último tercio de siglo donde se retoma el estudio de este fenómeno desde un punto de vista más científico y analítico, tratándolo no solo como un elemento doloso sino aproximándose de forma más rica y compleja, centrándose en la organización del trabajo, la motivación, etc. En fin, la persona como centro, en toda su complejidad y desarrollo en las organizaciones.
La mayor parte de las ausencias al trabajo se deben a causas relativas a la salud; los accidentes laborales, las enfermedades profesionales o las bajas relativas a enfermedades comunes suponen más del sesenta y cinco por ciento del total. El trabajo puede generar daños hacia la salud, incluso situaciones de estrés psíquico de muy diversa índole o situaciones que originan trastornos en la compatibilidad de la vida social o familiar de la persona. El concepto subjetivo de salud también es un concepto muy complejo que variará según las épocas históricas y las distintas sociedades así como por cuestiones personales, económicas o culturales por citar algunas. Si tomamos la definición del concepto de salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS) del año 1948 que la concibe como “estado del bienestar físico, mental y social completo y no meramente la ausencia de enfermedad”, es destacable el concepto tan avanzado que imprime ya en la época que se formula. Esta percepción de la salud supone no solo la ausencia de daño o enfermedad, sino que incide en conceptos menos acotables como son el estado de bienestar y su integración completa dentro de la persona en los niveles físico, mental y social.
Como decíamos al principio, el trabajo supone uno de los ejes centrales del ser humano y este puede alterar nuestro medio y producir daños evidentes para la salud; pero si el trabajo se desarrolla en condiciones ideales puede ser fuente de autorrealización y bienestar. Desde esta óptica hoy la gestión del absentismo supone una nueva cultura, el enfoque multicausal, la integración y la visión positiva de todos los aspectos del desarrollo de la persona en las organizaciones a corto, medio o largo plazo, analizando todos los posibles impactos y proponiendo acciones positivas que modifiquen el fenómeno del absentismo.
Artículo elaborado por Mutua Intercomarcal.